jueves, 29 de marzo de 2007

EL FASCISMO ESTADOUNIDENSE




CARLOS HERMIDA

De esta guerra de agresión contra el pueblo iraquí ya se ha dicho todo:
que
es ilegal, injusta, motivada por intereses petrolíferos e imperialista.
No
es cuestión de extenderse sobre algo que la opinión pública conoce muy
bien.
Las mentiras oficiales de los gobiernos implicados y de muchos medios
de
comunicación no han logrado esta vez manipular a los pueblos. Incluso
en
Estados Unidos hay sectores que se oponen rotundamente a la guerra,
sobreponiéndose a las peores acusaciones de su gobierno. Sin embargo,
lo que
este conflicto bélico pone de manifiesto es algo mucho más peligroso
que la
guerra en sí misma y sus consecuencias a corto y medio plazo.


El prestigioso historiador británico Eric Hobsbawm finalizaba su
"Historia
del siglo XX" hablando de una especie de niebla que, al finalizar el
siglo,
ocultaba un futuro incierto. Pues bien, esa niebla se va disipando y lo
que
aparece en el escenario internacional es el proyecto de dominación
mundial
de Estados Unidos, un proyecto de contenido fascista, y no empleamos
este
término de forma gratuita.


En muchas ocasiones hemos escuchado que el fascismo levantaba la
cabeza, que
el fascismo volvía a ser un peligro en Europa, especialmente cuando la
extrema derecha obtenía significativos avances electorales, como fue el
caso
de Le Pen en Francia con motivo de la primera vuelta de las últimas
elecciones presidenciales. Aun sin quitar relevancia a estos hechos, el
verdadero peligro fascista viene de Estados Unidos. Es en este país
donde se
están produciendo cambios políticos extraordinariamente graves para el
porvenir de la Humanidad.

La desintegración de la URSS en 1991, precedida por la desaparición del
muro
de Berlín, eliminó las barreras, diques y frenos que actuaban de
contención
frente a Estados Unidos. La ruptura del equilibrio de poder que causó
el
derrumbe de la Unión Soviética permitió a USA actuar sin contrapesos y
poner
en práctica su proyecto político.

En un mundo caracterizado por los desequilibrios sociales, por el
aumento de
la miseria y la desigualdad, y por la disminución de los recursos
energéticos, los conflictos políticos y sociales tenderán a agudizarse.
Las
revueltas sociales, las revoluciones y los cambios políticos estarán a
la
orden del día en un futuro muy próximo, poniendo en peligro el sistema
capitalista. El papel que asume Estados Unidos es el de un gendarme
mundial
defensor de un orden económico seriamente amenazado. Pero el
sostenimiento
de ese orden ya no se puede hacer manteniendo un sistema político
mínimamente democrático ni respetando la legalidad internacional. Los
atentados del 11 de septiembre de 2002 han sido la excusa perfecta para
poner en marcha un recorte de libertades y derechos civiles sin
precedentes.
Con el pretexto del peligro terrorista, el gobierno estadounidense ha
desplegado un arsenal represivo que deja indefensos a los ciudadanos. Y
no
se trata de una actuación coyuntural, sino con vocación de permanencia.
La
situación de los presos de Guantánamo es una violación de los derechos
humanos más brutal que las denunciadas por Amnistía Internacional en
las
peores tiranías.

Este modelo de fascismo estadounidense ya no reniega de las libertades,
ni
rechaza el sufragio universal; tampoco necesita bandas uniformadas con
camisas pardeas, negras o azules. Por el contrario, emplea un discurso
en el
que el eje central lo forman las palabras libertad y democracia. En una
perversión del lenguaje que hace palidecer las peores pesadillas
orwellianas
de 1984, esos términos encubren un sistema en el que los ciudadanos
quedan a
merced de los poderes policiales. Es curioso comprobar como los lemas y
consignas que emplea el gobierno de Bush son similares a los utilizados
por
los nazis. A la entrada del campo de exterminio de Auschwitz, donde
fueron
exterminadas millones de personas, estaba escrita la frase "El trabajo
nos
hace libres". La actual invasión de Irak, con sus secuelas de muerte y
destrucción, ha sido bautizada como "Libertad para Irak". Los
paralelismos
no terminan aquí. Hitler invocaba a la Providencia para justificar su
ascenso al poder, mientras que Bush se refiere continuamente a Dios
para
legitimar sus planes agresivos.

Las elecciones constituyen una farsa en la que cada cuatro años se hace
creer a los norteamericanos que son ellos quienes deciden la política
del
país, cuando la realidad es que las decisiones no se toman en el
Congreso,
sino en los despachos de las grandes compañías multinacionales y en el
Pentágono, en un núcleo duro que hace tiempo se designó como el
complejo
militar-industrial.

El nuevo fascismo consiste en el mantenimiento de un decorado
democrático
-Constitución y elecciones- tras el que se oculta una realidad
dictatorial.
Convenientemente aterrorizada por una propaganda que difunde amenazas
apocalípticas -guerra biológica, terroristas islámicos, armas de
destrucción
masiva, etc.-, la mayor parte de la población aplaude el entierro de
las
libertades.

Este orden político se despliega en dos frentes: el interior y el
internacional. Para los arquitectos ideológicos del neofascismo, existe
un
enemigo interior formado por todos aquellos que discrepan y protestan.
Los
intelectuales de ideas progresistas, los parados, los "sin techo", los
delincuentes comunes, y todos los que son víctimas del capitalismo
neoliberal, constituyen una amenaza para el sistema que debe ser
reprimida
sin contemplaciones. Bajo el lema de "tolerancia cero" para la
delincuencia,
el gobierno lleva a cabo una guerra contra los pobres. La población
reclusa
ha alcanzado tales dimensiones que bien podría denominarse a Estados
Unidos
como el prototipo de Estado carcelario.

El enemigo externo está constituido por los países que no se pliegan a
los
intereses económicos y políticos de USA. Cualquier gobierno que
emprenda
políticas proteccionistas para defender sus recurso naturales o ponga
obstáculos al capital estadounidense, inmediatamente se convierte en un
"Estado delincuente" que será arrasado por una lluvia de bombas y
misiles.
La primera guerra contra Irak en 1991, el bombardeo de Yugoslavia, la
guerra
contra Afganistán y la actual invasión de Irak son las primeras
muestras del
fascismo estadounidense en política exterior, cuyo objetivo no es otro
que
controlar todos los recursos naturales del planeta. El terror fue uno
de los
instrumentos de dominación del fascismo en los años treinta, y vuelve a
serlo ahora. Ante el temor a ser borrados del mapa, los países del
Tercer
Mundo se pliegan a las exigencias imperiales.

Este modelo político no es exclusivo de Estados Unidos. Con variantes,
también comienza a imponerse en los llamados países desarrollados. La
implantación del capitalismo neoliberal exige el desmantelamiento de
coberturas sociales y la privatización de los servicios públicos, pero
esas
políticas chocan con la resistencia de las organizaciones de izquierda,
que
hacen uso del derecho de huelga y utilizan la libertad de expresión
para
contrarrestar el discurso gubernamental. La solución para las clases
dominantes es eliminar todos los derechos que permiten a la población
manifestarse y protestar. Al igual que en Estados Unidos, los gobiernos
europeos machacan a sus pueblos con todo tipo de mensajes falaces.
Inmigrantes delincuentes, musulmanes fanáticos y terroristas
enloquecidos
quieren destruir nuestra maravillosa democracia. Los sectores menos
politizados de la sociedad, angustiados por los problemas económicos
-paro,
empleos precarios, salarios insuficientes, etc.- son presa fácil de la
propaganda y permanecen impasibles ante los cierres de periódicos, las
torturas policiales o la expulsión de inmigrantes. Los sectores más
politizados -cuadros sindicales, militantes socialistas y comunistas,
dirigentes vecinales y votantes de izquierda- se encuentran
confundidos, a
la defensiva, incapaces de articular una respuesta ante un fascismo que
invoca la Democracia y la Constitución mientras las vacía de contenido.

Estamos, por tanto, ante un proceso de fascistización, pero aún no se
alcanzado el punto de no retorno. Por el contrario, lo que apreciamos
es una
progresiva resistencia a escala mundial contra esa mal llamada
globalización, que no es otra cosa que el estadio imperialista del
capitalismo, y la agresión contra el pueblo iraquí ha provocado
protestas
multitudinarias en los cinco continentes. Existe, pues, un enorme
potencial
de resistencia, que estalla en ocasiones de forma espontánea, sin
coordinación, como fogonazos aislados, pero que carece de continuidad.
Aquí
reside el gran problema, porque los movimientos espontáneos no han sido
capaces históricamente de derrumbar el orden establecido, ni tampoco
los
atentados individuales. Sólo una dirección política correcta es capaz
de
hacerlo. Los vietnamitas vencieron a Francia y posteriormente a los
Estados
Unidos gracias a la dirección de los comunistas. Y los argelinos
conquistaron la independencia dirigidos por el Frente de Liberación
Nacional.

Fascismo y capitalismo son inseparables. El neofascismo va unido al
estadio
actual del desarrollo del capitalismo. Para evitar que esa forma de
dominación se imponga, es indispensable articular un proyecto
anticapitalista capaz de aglutinar a la inmensa mayoría de los
trabajadores
y forjar una dirección política que lo impulse. Porque la alternativa
al
socialismo es la barbarie. Y esa barbarie ya está aquí, galopa rápido,
se
extiende. La barbarie que bombardeó Madrid en 1936 arrasa Bagdad ahora.
Sufrió una derrota en 1945, pero se ha repuesto, ha levantado la
cabeza.
Nuestra obligación es derrotarla definitivamente.

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